Midnight games [libre]

No sabía con exactitud qué era lo le gustaba tanto de los jardines del castillo. Pasaba demasiado tiempo en ellos. Incluso, en algún momento, antes de que decidiera traicionarnos con sus ideas, Felix solía molestarme por eso, diciendo que pasaba tanto tiempo aquí que pronto, en lugar de ocupar el lugar de rastreador, ocuparía el de jardinero. Era algo que siempre lograba sacar de mí una respuesta sarcástica y mordaz. Aunque no podía contradecirlo en un aspecto: Sí pasaba mucho tiempo en los jardines. Especialmente de noche. Podía contar con los dedos de mi mano las veces que había venido a este lugar en pleno día.

Había dejado en mi habitación todos los planes que había estado usando y decidí que era necesario un descanso. Dirigí una mirada a la ventana, observando la luna llena en todo su esplendor, con un leve tono amarillento, provocado por el calor típico del verano en la Toscana italiana. Las estrellas le hacían compañía al satélite de la tierra, como si fuera una alfombra de diamantes que se extendiera a los pies de la doncella plateada.

Bajé a los jardines con apuro, saliendo y dejando que el aire fresco impactara en mí con todo su poder. Le dirigí una última mirada al reloj que rodeaba mi muñeca izquierda, dándome cuenta que apenas era medianoche. Aún quedaban un par de horas de oscuridad. Me dirigí prácticamente en automática hasta una fuente antigua que se encontraba en el extremo oriente del enorme jardín. Sí, iba a admitirlo: Me gustaba estar en ese lugar… Con la fuente. ¿La razón? Siempre me recordó ligeramente a mi niñez humana. Solía pasar más tiempo en Grecia que en Roma, que era el país de mi madre y, con sangre griega corriendo por mis venas, desarrollé un gusto especial por la escultura y la arquitectura clásicas. Ésa fuente era un perfecto ejemplo de escultura medieval, pero la comparación era increíble.

Caminé perdido en mis pensamientos hasta casi llegar cuando escuché una voz femenina y delicada lanzar una pregunta al aire. Sin duda no me había visto, así como yo no me había percatado de su presencia hasta que ella habló. Me había encontrado tan distraído, que ni siquiera capté su aroma embriagante que ya jugueteaba en mis fosas nasales.

-Soy yo… Demetri,- respondí con tranquilidad, acercándome mientras ante mi vista aparecía una imagen más que perfecta. Sentada en el borde de la fuente se encontraba una mujer rubia y delgada, con una postura elegante y erguida con cierta arrogancia. Esa cabellera rubia y postura elegante sólo podrían pertener a Corin, una de mis compañeras de guardia.

-No tenía intención de molestarte,- añadí casi inmediatamente, fijando mi mirada en su espalda y en cómo su cabello caía sobre su rostro, tapándolo de mí, era lo único que lograba ver de ella dada su postura.