Inevitable reencuentro {Demetri}

¿Qué demonios había de dificultad en pronunciar unos sencillos “Sí” ó “No”? Absolutamente nada. En cambio, allí estaba Melinda: torturándome con el peor de los métodos, con un método que ni siquiera la Inquisición hubiera imaginado. Jugaba con mi mente como se le pegaba la gana, buscando una manera de hacerme ver débil, eso era lo que estaba buscando, seguramente. La ansiedad me carcomía por dentro, la aprensión era tanta que dudaba que algún humano la hubiera soportado sin intentar un suicidio. Quizá ésa era la razón por la que había tantos humanos suicidas: por las mujeres. Y allí estaba, frente a mí, mi propia razón para volverme loco.

Su mirada volvió a apartarse de la mía. Haber practicado tanto el autocontrol y la paciencia sin duda habían ayudado a que no tomara su rostro entre mis manos y la obligara a verme a los ojos, en esas piscinas color borgoña en las que podía ahogarme y, aún así, encontrar esa paz que muchos anhelaban. De reojo pude notar cómo sus puños volvían a encontrarse apretados con fuerza a sus costados, cerró los ojos con fuerza, como si mirarme le costara un enorme trabajo y, por fin, pronunció unas palabras. Aunque no fueron las que me esperaba…

Mil y un respuestas sarcásticas vinieron a mi mente al escuchar su pregunta. Sin embargo, la verdad de todo eso sólo era una: No quería dejarla ir. Podría haber respondido algo como Soy tan masoquista que disfruto viéndote sufrir… Porque no tengo nada mejor que hacer, claramente… Porque hoy no tenía a quien joder y te encontré a ti… Porque estoy completamente loco y hacer sufrir a mis compañeros de guardia es un nuevo hobbie… Cualquiera de esas estúpidas y cargadas de sarcasmo respuestas hubieran sido como una válvula de escape a mi estrés, pero no iba a decir ninguna de ésas. Había comprobado ya hacía un par de minutos que el humor negro en esta ocasión no era admisible.

-Te estoy ofreciendo una solución… Sólo quiero saber si la quieres tomar…- respondí con una calma que parecía fuera de lugar dentro de esta situación en la que ambos íbamos, poco a poco, destrozándonos desde dentro con crueldad, oprimiendo y rechazando lo que, posiblemente, nuestro corazón nos decía, para ir acatando lo que la razón y la mente nos dictaban. Era realmente ridículo. No soportaba verla de ésa manera, tan vulnerable, tan pequeña… Como si fuera su primer día de inmortal, en el que debía de encargarme de ella y enseñarle todo lo que debía de saber…

Quería tocar su rostro, comprobar que no se iba a desvanecer con apenas un roce que las puntas de mis dedos dieran sobre esa piel perfecta, esa piel que tantas veces me había negado a imaginar. Mis manos se mantuvieron firmemente sobre la pared, provocando que las pequeñas piedras que había en ésta se enterraran un poco más en mis manos. Sólo de esa manera iba a mantener esas tentaciones alejadas. Ni siquiera yo era tan fuerte como para resistirlas.

A pesar de todos los años que llevaba en el mundo no dejaban de sorprenderme ciertas cosas. Una de esas cosas era el poder de la mente. Si, de por sí, la mente humana era fuerte, ni qué decir de la mente de un vampiro. Pasando por alto los dones mentales que pudiera tener un vampiro, aunque fuera el vampiro más poderoso del mundo, esa capacidad para hacer cambiar el estado de ánimo, las emociones, las situaciones que rodeaban a cada ser era increíble. Me costaba creer que apenas hacía unos minutos nos encontrábamos en algo parecido a un concurso, intentando ver quién dañaba más al otro.

Ahora todo había cambiado. Melinda parecía haberse dado por vencida y, por fin, la Melinda que recordaba comenzaba a hacer su lucha por salir a la superficie. Se había hartado de mantener esa máscara impenetrable que nunca pudo mantener por mucho tiempo, algo que siempre le reprendía antes de que se fuera. Y ella tenía toda la razón en no tomar mucho en cuenta esos comentarios que solía hacerle sobre ser demasiado expresiva. No era nadie para hacer que cambiara. Seguía siendo eficiente con la guardia, en esos momentos, era una buena amiga y siempre fue una excelente estudiante, por decirlo de alguna manera. Si ser como era no interfería en nada, todo estaba bien.

Ahora encontraba otra diferencia entre nosotros. Y era una diferencia que nos separaba como un abismo entre ambos. Yo siempre había sido así, desde mi vida humana. Nunca fui un hombre de muchas palabras, siempre he sido de los que piensan con cuidado antes de hablar y, con más razón, antes de actuar. Calculador desde que tengo uso de razón y con una habilidad para no demostrar emoción y mantener la impasibilidad a cualquier precio. Y, aún así, ésa podía ser una de las razones por las que, desde humana, Melinda me atrajo como un imán, en el sentido más literal de la palabra. Polos opuestos se atraen. Quizá era ésa la razón por la que la encontraba tan distinta: Su jovialidad y ésa sonrisa que podría deslumbrar al más hosco y frío de los hombres.

Por fin alzó la vista, sosteniéndola con la mía, mostrándose como era, como la recordaba. Su rostro se encontraba bastante cerca… Peligrosamente cerca… Una alarma comenzó a sonar en mi cabeza, gritándome que me alejara antes de cometer una imprudencia o algo de lo que pudiera arrepentirme en un futuro. A pesar de todo lo que mi conciencia me decía, no me alejé, me mantuve allí, hablando en voz baja, como si le estuviera confiando un secreto en lugar de estar determinando qué era lo que iba a pasar en el futuro con… Nosotros…

-Si no te parece, ¿qué otra solución existe?- pregunté de igual manera, intentando contener las palabras que escaparon golpeadas de mis labios. - Volveremos a lo mismo, entonces. Continuarás con ese odio que dejas escapar cada vez que te refieres a mi, ¿no?- continué con ironía. No sabía por qué me afectaba tanto que quisiera eso. Y no mejoró cuando una de sus manos se posó sobre mi mejilla, dando delicadas caricias. Sus manos eran suaves, provocaban que un calorcillo se expandiera desde el punto en que sus dedos rozaban mi piel, casi extendiéndose por todo mi cuerpo como una descarga eléctrica. Inmediatamente recibí el impulso de tomar su mano, pero no lo hice. En cambio, cerraba y abría mi mano derecha lentamente, intentando controlar ese maldito impulso.

-Creo que lo único que hace mi presencia es confundirte, Melinda,- dije al fin, sin poder evitar que mi voz sonara ligeramente ronca, a pesar de la gravedad de mis palabras. ¡Maldita sea! ¿Ahora no podía controlar el propio tono de mi voz? Semejante idiota… Eso sí era una novedad, sólo una muestra de que hasta el mejor puede cometer errores. Y allí estaba de nuevo, intentando ver qué era lo mejor para ella… Como si no hubiera aprendido lo suficiente del pasado. –No volverá a pasar… Hablaremos cuando…- ¿cuándo iban a hablar? De ser por mí, mañana mismo… Es más, en una hora más, en diez minutos… Vaya tonterías…- Cuando estés lista y sepas qué es lo que quieres,- terminé conteniendo mi respiración y acercándome a ella, sintiendo el calor que su cuerpo despedía, aunque fueran imaginaciones mías. Mis labios podrían haber accedido con facilidad a los suyos, en cambio, fueron a su frente, dando un suave y corto beso en ella, antes de separarme de su cuerpo, impulsándome un poco en la pared para lograrlo. Me di la vuelta y caminé con las manos en los bolsillos, como si fuera una caminata normal por el centro de Volterra. Me negaba a verla, no podía hacerlo o todo lo que le había dicho se vendría abajo y, con eso, mi credibilidad.

Mi mente intentaba bloquear lo extrañamente bien que se sentía tener otra vez a Mel de esa manera, no podía aceptarlo. Era bueno volver a tenerla bajo mi protección, sólo de esa manera sabía que ella estaba a salvo, que nada malo podría ocurrirle si estaba conmigo y nadie podía dañarla… Era irónico, un pensamiento sumamente irónico, tomando en cuenta que quien más la había herido en su vida, probablemente, había sido yo. No era necesario aplicar el daño físico… Con el daño emocional había sido más que suficiente.

El camino hacia el castillo no era muy largo. Aún así, el tiempo se me hizo extremadamente corto, como si no hubiera sido suficiente todos esos momentos que había pasado con ella. Mi mano se aferró a su hombro instintivamente, pude notar cierta incomodidad en su postura, aunque elegante, demostraba que no se encontraba completamente a gusto.

Dejé de mirarla, manteniendo mi vista hacia el frente, mientras recorríamos el camino en silencio, en un silencio un poco incómodo, pero no insoportable. Mi mente no dejaba de preguntar cuándo volvería a verla. Sabía que iba a ser muy probable dado que ambos viviríamos en el mismo lugar pero… Siempre era posible evitarnos si era necesario. Quizá eso era lo mejor para ambos, para ella y para esa confusión que sabía que reinaba en la mente de Melinda.

Al fin llegamos a la seguridad del castillo. Iba tan perdido en mis pensamientos que ni siquiera me di cuenta cuando fue que cruzamos las puertas custodiadas del castillo. Me separé de ella, quitando mi brazo de sus hombros y cruzando mis manos a mi espalda. Bien, este momento sería incómodo… Aunque no tenía que decir nada más que nos comprometiera a ambos.

Le di las buenas noches a Melinda, inclinando ligeramente mi cabeza, como se hacía antiguamente a las damas y mirándola a los ojos. No esperé más su respuesta. Con esa velocidad que nos caracterizaba, me dirigí a los jardines con los que contaba el castillo para, después de un par de minutos de incertidumbre, volver a salir del castillo, perdiéndome en la noche de Volterra. No podía estar allí dentro en paz, no después de todo lo que había ocurrido esta noche.