¿De vuelta? [Heidi V.]

No había tenido que preguntarle a la actual secretaria o a alguno de los maestros sobre el regreso de Heidi. Tenía perfectamente localizados a cada uno de los miembros de la guardia. A veces, aunque fuera inconcientemente, sabía dónde estaban todos, aunque nadie me lo preguntara. Al fin y al cabo, era el guardián, me sentía responsable de la seguridad de todos y cada uno de los miembros de los Volturi, aunque mi trabajo oficial fuera el de rastreador.

"Buenos días, Demetri. Heidi ya está aquí," fue lo primero que escuché de la secretaria humana que se encontraba en el hall en cuanto las puertas del elevador se abrieron y entré con el mismo andar elegante y altanero. Le dediqué una breve sonrisa y asentí con la cabeza, agradeciendo como un simple "Grazie..." Bien, esto iba a ser complicado...

Desde que había regresado Melinda, las cosas con Heidi se había complicado mucho. No era que antes del regreso de la chica a la que había convertido tuviésemos algo formal. De hecho, ninguno de los dos sabía cuál era nuestra relación. Pero ella había comenzado a comportarse de una manera muy extraña, como si estuviera... ¿Celosa? No, eso era imposible. Heidi se sabía con toda la belleza que alguien podría tener, sabía que era la mujer más hermosa del mundo, con una belleza inolvidable y deslumbrante. No tenía por qué estar celosa de nadie... Aunque eso pareciera.

Caminé a paso rápido hacia la zona de las habitaciones. La habitación de Heidi no estaba muy lejos de la mía, de todas formas. Mis manos se encontraban en los bolsillos de mi pantalón, en una posición totalmente despreocupada. Llegué a la puerta de su habitación, que se encontraba abierta. Sonreí ligeramente y me recargué en el marco de la puerta, como quien no quiere la cosa, mientras mi mirada se fijaba en ella, quien me daba la espalda, mientras acomodaba algunas cosas.

-Regresas y soy el último en enterarme, Heidi... Cualquiera se indignaría, ¿sabes?- dije en voz baja y controlada, a sabiendas de que ella escucharía. Sí, cualquiera se indignaría, pero yo no era calquiera y solamente estaba jugando con ella. No tenía nada de malo jugar un poco, de todos modos...

Parecía que el comentario sobre nuestra supuesta hermandad no había sido del agrado de Heidi, era posible saberlo por el tono indiferente con que había comentado, un tono indiferente que conocía a la perfección y significaba todo menos indiferencia. A lo largo de los años había aprendido a reconocer cuando en verdad algo le era indiferente a Heidi y esto no lo era. Fruncí el ceño, obviamente esa había sido una equivocación mía aunque, como era obvio, no lo iba a aceptar. Observé su andar un poco apresurado por toda su habitación, cuando iba al tocador a quitarse las lentillas y ponía sus manos sobre el mueble, permitiéndome verla, aunque fuera a través de un espejo.

-De hecho, no es así,- dije mientras ella caminaba hacia mí. –Nada ha cambiado,- añadí en voz baja, a sabiendas de que ella escuchaba perfectamente. Puse especial énfasis en la primera palabra. Nada había cambiado. Con ella nada había cambiado. Seguía siendo la misma confusión de siempre. Y desde que se había ido, no iba a negar que sí la había extrañado. ¿Por qué demonios todos decidían irse? Últimamente tanto ella como Melinda tenía un síndrome escapista que no lograba comprender del todo y eso me molestaba bastante. Parecía que era una forma de chantaje, un sucio chantaje que, aunque quisiera negármelo a mí mismo, sí funcionaba.

Dio un pequeño beso en la comisura de mis labios, un acto que provocó que una sonrisa de lado apareciera en mis labios, mientras mis ojos se encontraban con los suyos. Se dio la vuelta y se fue a sentar a un diván que se encontraba en el centro de su habitación. –Que ahora tenga otra cosa en la que pensar no significa que las otras cosas en las que pensaba pierdan importancia,- dije con tranquilidad, con el semblante impasible, como solía mostrarse la mayor parte del tiempo. Noté la seña que hacía, invitándome a sentarme. Me erguí y caminé hacia ella lentamente, sentándome a su lado, apoyando mis manos a mis lados. –Y, a pesar de toda esa incredulidad que es palpable en tu voz, sí, me importa, de verdad…- respondí volteando mi rostro para verla con una mirada penetrante, sin muestra alguna de sarcasmo o ironía en mi rostro, sólo sinceridad.

Ni yo sabía que éra este juego. Por que no podía ser algo más. Era prácticamente imposible. No era un secreto mi rechazo al compromiso. Simplemente era cuestión de prioridades, el único compromiso que tenía era con la guardia, con mi trabajo, no podía ser de otra manera. No quería que fuera de otra manera, lo demás era demasiado complicado. Por un lado, tenía a Heidi. Podría decirse que mi compañera desde siempre, al menos desde que ella había entrado a la guardia. Desde el inicio habíamos encontrado muchas cosas en común y habíamos llevado más allá esa amistad. Cuando Melinda se fue del castillo para mi gran confusión -porque eso había sido,- ella había estado ahí. Siempre había sido ella. Comprendiendo cada uno de los pensamientos que pasaban por mi mente, haciendo preguntas cuando era necesario y simplemente acompañándome en silencio cuando sabía que no había nada más que decir... Vaya, esto no podía estar pasándome.

¿Por qué me seguía preguntando eso? ¿Por qué demonios tenía que ser todo tan complicado? ¿Por qué carajo me estaba pasando a mí, a Demetri Volturi? Eran las preguntas que rondaban por mi cabeza con una insistencia perturbadora. Y lo peor del caso era que ni yo mismo tenía una respuesta coherente y verdadera a esas interrogantes. Podía continuar engañándome a mí mismo, pero tenía el presentimiento de que en este caso no sería lo mejor. Durante la mayor parte de mi vida había aprendido a pasar a segundo plano los sentimientos, no había que mostrarlos. ¡Por todos los dioses! Era de la guardia Volturi, esas cosas no eran para ninguno de nosotros, era cuestión de prioridades, y la principal prioridad, al menos en mi caso, era la guardia, mantener las reglas, proteger a la realeza. Lo que tenía que hacer era dejar de preocuparme por estas banalidades que no me llevarían a nada. Solamente estaba dándole más importancia de la necesaria.

De todas formas, si de algo estaba seguro era de que, de una forma u otra, siempre iba a estar para Heidi. Seguía estando para Heidi, así fuera como un amigo nada más… Y esa idea no me agradaba del todo. –Estoy aquí, ¿no es cierto?- pregunté con una media sonrisa, mirándola a los ojos con una mirada penetrante, en un intento por saber qué era lo que realmente quería decir, qué era lo que se escondía detrás de sus palabras. Suspiré profundamente al escuchar que compartía importancia. Por primera vez ya podía escuchar toda la sinceridad que sus palabras acarreaban. A Heidi nunca le había gustado compartir, nada, mucho menos un amigo, suponía. –No estás compartiendo nada con nadie, Heidi, sabes que eres mi número uno,- añadí sin rastro de burla o broma en mis ojos o en mi voz, mientras una de sus suaves manos acariciaba mi mejilla.

Mi mandíbula se tensó cuando dijo lo siguiente. Ella también me importaba, más de lo que siquiera pudiera imaginar pero… Me costaba aceptarlo, me costaba aceptar que había alguien que me hacía ser vulnerable, por llamarlo de algún modo. Coloqué mi mano sobre la suya, sujetándola con firmeza para luego llevarla a mis labios y depositar un beso suave en el dorso de su mano. –¿Tú crees que a mí no me importas, Heidi?- pregunté arqueando ligeramente una ceja con incredulidad, separando mi mano de mis labios, para verla a los ojos con intensidad. -¿Acaso no lo he demostrado lo suficiente?- pregunté esta vez abiertamente, sin caer mucho en la cuenta de que había formulado en voz alta esa pregunta, apenas percatándome de que seguía sosteniendo su mano.

Algo, quizá un sexto sentido o el simple sentido de supervivencia, me decía que de esto no podía salir algo bueno. No podía resultar nada producente de hacer tales confesiones, de sincerarse a tal punto. Comenzaba a desconocerme a mí mismo. Sólo esperaba que todo siguiera igual. Por mucho que me costara aceptarlo, no quería que todo lo que había entre Heidi y yo se perdiera, era de esas pocas personas en las que podía confiar, ahora con la traición presente en el castillo mismo, en la guardia, era un respiro poder confiar en alguien, sin temor a resultar apuñalado por la espalda.